La «raíz» de remolacha (Beta vulgaris) es en realidad el tallo bajo de esta planta nativa de la Europa mediterránea y occidental. Los humanos han comido esta planta desde la prehistoria, al principio sus hojas y después la parte subterránea de algunas variedades. Con una tradición tan arraigada, no es de extrañar que sea conocida por varios nombres; aunque en España se llame sobre todo remolacha, también se conoce como betabel o betarraga.
Está dotada de una piel fina que recubre una pulpa densa y muy suculenta. El color de esta fina piel es variable, desde rosáceo a violáceo, y de anaranjado a rojizo y marrón. La pulpa suele ser de color rojo oscuro y puede presentar en ocasiones círculos concéntricos de color blanco. Esto se debe a la gran cantidad de azúcares que acumula, lo que hace que su sabor sea notablemente dulce, aunque acompañado de un matiz terroso.
Analizando sus valores nutricionales por cada 100 g, descubrimos una hortaliza muy saludable, ligera y saciante:
- Calorías: 43 kcal
- Proteínas: 1,6 g
- Grasas: 0,1 g
- Hidratos de carbono: 9,6 g
- Fibra: 2,8 g
De esta planta se pueden utilizar tanto la raíz como sus hojas verdes, que resultan excelentes, ya sea crudas, escaldadas o cocidas al vapor, como si se tratase de espinacas. Para esto es importante escoger los ejemplares más verdes y tiernos. La remolacha sola, tomada tal cual, tiene un sabor demasiado fuerte, y por ello en general se consume acompañando ensaladas, ensaladillas, rallada o cocida. En zumo también se puede tomar pero es mejor combinarlo con frutas o verduras de sabor más suave. Si tomamos la remolacha cocida, es mejor hervirla entera y luego pelarla y trocearla. De esta manera conserva mucho mejor sus pigmentos y algo que es muy importante, su aroma.
¿Sabías que…? Uno de los componentes, la betanina, un compuesto que la industria utiliza como colorante natural (es el E-162) capaz de teñir otros alimentos y materiales.
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